viernes, 19 de septiembre de 2014

QUE ES LA ILUSTRACION

¿QUE ES LA ILUSTRACIÓN?
IMMANUEL KANT                                    
1784

La ilustración es la liberación del hombre de su culpable incapacidad. La incapacidad
significa la imposibilidad de servirse de su inteligencia sin la guía de otro. Esta incapacidad
es culpable porque su causa no reside en la falta de inteligencia sino de decisión y valor par
a servirse por sí mismo de ella sin la tutela de otro. ¡Sapere aude! ¡Ten el valor de servirte
de tu propia razón! : he aquí el lema de la ilustración.
La pereza y la cobardía son causa de que una tan gran parte de los hombres continúe a
gusto en su estado de pupilo, a pesar de que hace tiempo la Naturaleza los liberó de ajena
tutela (naturaliter majorennes); también lo son que se haga tan fácil para otros erigirse en
tutores. ¡Es tan cómodo no estar emancipado! Tengo a mi disposición un libro que me
presta su inteligencia, un cura de almas que me ofrece su conciencia, un médico que me
prescribe las dietas, etc., etc., así que no necesito molestarme. Si puedo pagar no me hace
falta pensar: ya habrá otros que tomen a su cargo, en mi nombre, tan fastidiosa tarea. Los
tutores, que tan bondadosamente se han arrogado este oficio, cuidan muy bien que la gran
mayoría de los hombres (y no digamos que todo el sexo bello) considere el paso de la
emancipación, además de muy difícil, en extremo peligroso. Después de entontecer sus
animales domésticos y procurar cuidadosamente que no se salgan del camino trillado donde
los metieron, les muestran los peligros que les amenazarían caso de aventurarse a salir de
él. Pero estos peligros no son tan graves pues, con unas cuantas caídas aprenderían a
caminar solitos; ahora que, lecciones de esa naturaleza, espantan y le curan a cualquiera las
ganas de nuevos ensayos.
Es, pues, difícil para cada hombre en particular lograr salir de esa incapacidad,
convertida casi en segunda naturaleza. Le ha cobrado afición y se siente realmente incapaz
de servirse de su propia razón, porque nunca se le permitió intentar la aventura. Principios y
fórmulas, instrumentos mecánicos de un uso o más bien abuso, racional de sus dotes
naturales, hacen veces de ligaduras que le sujetan a ese estado. Quien se desprendiera de
ellas apenas si se atrevería a dar un salto inseguro para salvar una pequeña zanja, pues no
está acostumbrado a los movimientos desembarazados. Por esta razón, pocos son los que,
con propio esfuerzo de su espíritu, han logrado superar esa incapacidad y proseguir, sin
embargo, con paso firme.
Pero ya es más fácil que el público se ilustre por sí mismo y hasta, si se le deja en
libertad, casi inevitable. Porque siempre se encontrarán algunos que piensen por propia
cuenta, hasta entre los establecidos tutores del gran montón, quienes, después de haber
arrojado de sí el yugo de la tutela, difundirán el espíritu de una estimación racional del
propio valer de cada hombre y de su vocación a pensar por sí mismo. Pero aquí ocurre algo
particular: el público, que aquellos personajes uncieron con este yugo, les unce a ellosmismos cuando son incitados al efecto por algunos de los tutores incapaces por completo de
toda ilustración; que así resulta de perjudicial inculcar prejuicios, porque acaban
vengándose en aquellos que fueron sus sembradores o sus cultivadores. Por esta sola razón
el público sólo poco a poco llega a ilustrarse. Mediante una revolución acaso se logre
derrocar el despotismo personal y acabar con la opresión económica o política, pero nunca
se consigue la verdadera reforma de la manera de pensar; sino que, nuevos prejuicios, en
lugar de los antiguos, servirán de riendas para conducir al gran tropel.
Para esta ilustración no se requiere más que una cosa, libertad; y la más inocente entre
todas las que llevan ese nombre, a saber: libertad de hacer uso publico de su razón
íntegramente Mas oigo exclamar por todas partes: ¡Nada de razones! El oficial dice: ¡no
razones, y haz la instrucción! El funcionario de Hacienda: ¡nada de razonamientos!, ¡a
pagar! El reverendo: ¡no razones y cree! (sólo un señor en el mundo dice: razonad todo lo
que queráis y sobre lo que queráis pero ¡obedeced!) Aquí nos encontramos por doquier con
una limitación de la libertad. Pero ¿qué limitación es obstáculo a la ilustración? ¿Y cuál,
por el contrario, estímulo? Contesto: el uso público de su razón le debe estar permitido a
todo el mundo y esto es lo único que puede traer ilustración a los hombres; su uso privado
se podrá limitar a menudo estrictamente, sin que por ello se retrase en gran medida la
marcha de la ilustración. Entiendo por uso público aquel que, en calidad de maestro, se
puede hacer de la propia razón ante el gran público del mundo de lectores. Por uso privado
entiendo el que ese mismo personaje puede hacer en su calidad de funcionario. Ahora bien;
existen muchas empresas de interés público en las que es necesario cierto automatismo, por
cuya virtud algunos miembros de la comunidad tienen que comportarse pasivamente para,
mediante una unanimidad artificial, poder ser dirigidos por el Gobierno hacia los fines
públicos o, por lo menos, impedidos en su perturbación. En este caso no cabe razonar, sino
que hay que obedecer. Pero en la medida en que esta parte de la máquina se considera como
miembro de un ser común total y hasta de la sociedad cosmopolita de los hombres, por lo
tanto, en calidad de maestro que se dirige a un público por escrito haciendo uso de su
razón, puede razonar sin que por ello padezcan los negocios en los que le corresponde, en
parte, la consideración de miembro pasivo. Por eso, sería muy perturbador que un oficial
que recibe una orden de sus superiores se pusiera a argumentar en el cuartel sobre la
pertinencia o utilidad de la orden: tiene que obedecer. Pero no se le puede prohibir con
justicia que, en calidad de entendido, haga observaciones sobre las fallas que descubre en el
servicio militar y las exponga al juicio de sus lectores. El ciudadano no se puede negar a
contribuir con los impuestos que le corresponden; y hasta una crítica indiscreta de esos
impuestos, cuando tiene que pagarlos, puede ser castigada por escandalosa (pues podría
provocar la resistencia general). Pero ese mismo sujeto actúa sin perjuicio de su deber de
ciudadano si, en calidad de experto, expresa públicamente su pensamiento sobre la
inadecuado o injusticia de las gabelas. Del mismo modo, el clérigo esta obligado a enseñar
la doctrina y a predicar con arreglo al credo de la Iglesia a que sirve, pues fue aceptado con
esa condición. Pero como doctor tiene la plena libertad y hasta el deber de comunicar al
público sus ideas bien probadas e intencionadas acerca de las deficiencias que encuentra en
aquel credo, así como el de dar a conocer sus propuestas de reforma de la religión y de la
Iglesia. Nada hay en esto que pueda pesar sobre su conciencia. Porque lo que enseña en
función de su cargo, en calidad de ministro de la Iglesia, lo presenta como algo a cuyorespecto no goza de libertad para exponer lo que bien le parezca, pues ha sido colocado
para enseñar según las prescripciones y en el nombre de otro. Dirá: nuestra Iglesia enseña
esto o lo otro; estos son los argumentos de que se sirve. Deduce, en la ocasión, todas las
ventajas prácticas para su feligresía de principios que, si bien él no suscribiría con entera
convicción, puede obligarse a predicar porque no es imposible del todo que contengan
oculta la verdad o que, en el peor de los casos, nada impliquen que contradiga a la religión
interior. Pues de creer que no es éste el caso, entonces sí que no podría ejercer el cargo con
arreglo a su conciencia; tendrá que renunciar. Por lo tanto, el uso que de su razón hace un
clérigo ante su feligresía, constituye un uso privado; porque se trata siempre de un ejercicio
doméstico, aunque la audiencia sea muy grande; y, en este respecto, no es, como sacerdote,
libre, ni debe serlo, puesto que ministra un mandato ajeno. Pero en calidad de doctor que se
dirige por medio de sus escritos al público propiamente dicho, es decir, al mundo, como
clérigo, por consiguiente, que hace un uso público de su razón, disfruta de una libertad
ilimitada para servirse de su propia razón y hablar en nombre propio. Porque pensar que los
tutores espirituales del pueblo tengan que ser, a su vez, pupilos, representa un absurdo que

aboca en una eterización de todos los absurdos.

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